Hace unos años caí en la cuenta que todo el mundo a partir de una cierta edad sueña más o menos constantemente con una vía de escape a su vida. Ya no quieren ser los mismos. Quieren largarse. Esta lista incluye a Thurston Howell III, Ann_Magret, el elenco de Rent, Václav Havel, los astronautas del Space Shuttle y Snuffleupagus. Es algo universal.
¿Quieres largarte? ¿A menudo piensas que ojalá pudieras ser alguien, quienquiera que sea, diferente de quién eres? - ¿esa persona que tiene trabajo y mantiene a la familia? ¿Esa persona que vive en una casa relativamente digna y que aún se esfuerza por mantener sus amistades?-. En otras palabras, esa persona que eres tú y que se va a quedar más o menos como está hasta que estire la pata.
No hay nada de malo en aceptar que yo soy yo o que tú eres tú. Y, al final, la vida se hace bastante llevadera, ¿no es así? Bueno, ya me las arreglaré. Eso decimos todos. No te preocupes por mí. A lo mejor me emborracho o me pongo a hacer comprar en eBay a las once de la noche y quizá me compre todo tipo de tonterías por las que ni siquiera me acordaré que he pujado a la mañana siguiente, como una bolsa de cinco kilos de monedas del mundo o una cinta pirata de Joni Mitchell actuando en el Calgary Saddledome en 1981.
Me quedo con este párrafo como una pisca de lo que tiene por ofrecer El Ladrón de Chicles (2007) de Douglas Coupland, un libro que se ha convertido rápidamente en uno de mis favoritos y que tras terminarlo me ha dejado completamente maravillado con su historia de perdedores que buscan un sentido a sus vidas, la cual es llevada magistralmente por Coupland que sabe como golpear al lector con sentimientos tan cotidianos de los que irremediablemente no puedes escapar haciendo que sientas como propios los devenires de los protagonistas que navegan en una atmósfera que se percibe casi irreal en la que fácilmente puedes terminar riéndote de tus propias desgracias.
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