domingo, 27 de abril de 2014

The Great Silence: un spaghetti western sin mucha salsa

Una deuda pendiente que tenía como fan del genero era el visionado de este film de Sergio Corbucci que se había ganado mi simpatía con esa obra maestra llamada Django (1966), por eso The Great Silence (1968) se presentaba como una gran oportunidad de retomar el camino de los hombres sin nombre y que tienen como regla disparar primero y preguntar después al ser una de las películas más aclamadas del genero. Con esta premisa me sumergí en la historia que Corbucci plantea evadiendo los acostumbrados parajes polvorientos y secos cambiándoles por un pueblo cubierto de nieve en el que no se ve más allá de sus propias narices. Este pequeño poblado será el eje central de la historia en la que los habitantes del lugar se ven obligados a convertirse en forajidos para poder traer el pan a la mesa de sus familias, convirtiendo a Colina Nevada en un paraíso para los caza recompensas que tienen un lugar lleno de hombres a los que el estado les ha puesto precio a sus cabezas.

Es en este momento cuando conocemos al personaje de Loco interpretado con sobreactuada magistralidad por Klaus Kinski, un perfecto villano sin escrúpulos que se encargara de cazar a cada uno de los forajidos del lugar para así llenar sus bolsillos con el dinero de las recompensas. Lo que no espera Loco era que una de las esposas de sus recientes presas decidiera contratar a un pistolero a sueldo para cobrar venganza por todos los vejámenes que este hombre a cometido. Tenemos entonces la excusa perfecta para la entrada del héroe en escena interpretado por Jean- Louis Trintignant que se pondrá la piel de Silencio, un misterioso hombre que ayuda a los más necesitados y que vera a Loco como su más grande enemigo, desarrollándose una subtrama que nos llevara por la niñez de Silencio aclarándonos sus reales motivaciones y el porqué de su presencia en el pueblo.


Como era de esperarse las cosas se ponen al rojo vivo entre los dos protagonistas que van intercalando escarceos mientras Corbucci nos introduce a los demás miembros del cast entre los que nos encontramos al nuevo sheriff del pueblo que será el aporte humorístico de la trama, un diputado corrupto que se plantea como el poder tras las sombras y el acostumbrado interés romántico del héroe representado en una viuda alegre que rápidamente deja el negro para entregarse a los brazos de Silencio. Pero todo esto pasa a un segundo plano, por lo que realmente importa es enfrentamiento entre los dos protagonistas que se dilata casi innecesariamente y ese es el gran pecado de Corbucci, el viaje de camino al encuentro final me resulto algo aburrido, quizás la falta de carisma por parte de Trintignant hizo que no me preocupase demasiado por su suerte mientras que Kinski se robaba todos los laureles en cada una de las escenas en las que participa, por lo que solo quieres que avancen los minutos para poder disfrutar del último baile de disparos.


Es aquí cuando comprendo un poco porque es tan emblemática esta película, su final es impactante como pocos al abrazar lo políticamente incorrecto regalándonos una escena que respira genialidad en cada una de sus secuencias en la que la música de Ennio Morricone crea un efecto de melancolía inusitada que logro hacerme olvidar por completo lo aburrido de su desarrollo para dejarme grabado a fuego esos últimos cinco minutos en los que Sergio Corbucci demuestra porque es uno de los más grandes directores del spaghetti western.

                              

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